Las tecnologías inteligentes están cambiando la forma en la que trabajamos, interactuamos, y también, la movilidad. No sólo cambian los vehículos, sino también el acto de conducir en si mismo: los coches autónomos han revolucionado la industria por completo. Pero también plantean muchas preguntas sin respuesta al momento: ¿quién se hace cargo en un accidente? ¿cuál es la regulación? ¿podría sufrir un ataque cibernético?
En el artículo de opinión de hoy, José Ramón Sanfiz Roy, Director de la oficina de Barcelona de Atmira evalúa los riesgos y beneficios de esta tecnología emergente:
Pocas aplicaciones de Inteligencia Artificial han suscitado tanto interés en medios como la del vehículo autónomo o sin conductor. Aunque existen diferentes niveles de autonomía, es verdad, que el objetivo último es disponer de un vehículo que, provisto de una solución de Inteligencia Artificial, permita su conducción sin que un humano intervenga.
En este sentido, un vehículo sin conductor puede percibir el medio que le rodea a través de múltiples sensores, entre los que destaca el LIDAR (LIght Detection And Ranging), integrado por un dispositivo láser que permite escanear en todas las direcciones, así como por cámaras de vídeo, entre otros. De este modo, la conducción se gestiona completamente por los sistemas del vehículo.
Sin duda, la principal promesa de este nuevo vehículo es la disminución del número de accidentes, al evitarse los errores humanos. No obstante, también, favorecerá la movilidad a personas que actualmente no pueden conducir y permitirá, a los conductores, desarrollar actividades de ocio o profesionales mientras conducen.
A pesar de que muchos autores vaticinaron que el coche autónomo sería una realidad antes de finalizar el año 2020, todavía existen muchas dificultades, principalmente, relacionadas con aspectos éticos y jurídicos, que impiden su implantación en nuestra sociedad; y, no tan relacionadas con aspectos ligados a la tecnología o a los avances en los modelos de Inteligencia Artificial.
De hecho, bien sonado fue el accidente que, en noviembre de 2019, durante unas pruebas realizadas por Uber, en el desierto de Arizona, acabaron con la vida de una persona que cruzaba la calzada. El peatón no cruzó en un paso de cebra y el conductor en el interior del vehículo estaba distraído en el momento del accidente.
En este contexto, surgieron muchas preguntas de ámbito legal que todavía hoy en día no tienen fácil respuesta. Por ejemplo, ¿cuáles son las responsabilidades del accidente de cada uno de los actores en este escenario? ¿Del fabricante del vehículo? ¿Del fabricante de software, que diseñó el modelo de Inteligencia artificial? ¿Del propio Estado, como responsable de mantener en correcto estado las carreteras? ¿De la persona que estaba en el coche y que en ese momento estaba navegando en el móvil? ¿Del peatón, por cruzar la carretera de forma indebida?
Además, a finales de 2019, Mercedes-Benz anunciaba que en el diseño de su coche autónomo elegirían preservar la vida de su conductor, aunque ello supusiese la muerte de otras personas. Una decisión que algunos categorizaron de valiente, dado que ningún fabricante se había pronunciado al respecto, y otros criticaron duramente al considerar que no podía ser una opción éticamente correcta en algunos casos.
Nuevamente, volvieron a encenderse las alarmas, al surgir nuevas preguntas de carácter moral: ¿es siempre la mejor opción priorizar la vida del conductor? Por ejemplo, un caso extremo sería que el vehículo decidiese chocar con una parada de autobús en donde se encontrasen varios niños esperando para ir al colegio, al objeto de que el conductor no quedase lastimado. Obviamente, dicha decisión sería dudosamente ética.
Pese a todas las trabas, en octubre de 2020, Waymo (filial de Google) comenzó a ofrecer un servicio de taxi sin conductor en la ciudad de Phoenix, cuya reserva puede realizarse por cualquiera a través de una aplicación móvil. Un avance de como este tipo de soluciones puede transformar el sector público del transporte, contribuyendo a que nuestras ciudades sean espacios más sostenibles y accesibles.
Pero, aparte de los aspectos éticos y legales, surgen otros interrogantes, relacionados con las posibles brechas de seguridad que pueden afectar al funcionamiento y control del vehículo autónomo, impactando sobre elementos tan críticos como los frenos, las luces o el motor. Sin duda, un sistema como este, conectado a la Red, podría ser manipulado por un hacker y desembocar en situaciones muy peligrosas, por lo que es necesario instrumentar soluciones de ciberseguridad para evitarlas.
Además, ante la inminente introducción y puesta en marcha de los vehículos autónomos, es importante destacar el impacto que esto puede generar sobre el sector asegurador dónde, indudablemente, surgirán nuevos modelos de aseguramiento, que contemplarán al conductor como otro pasajero más, tendrán en cuenta las nuevas mecánicas y sistemas incluidos, así como las nuevas tasas de siniestralidad, entre otros aspectos.
En conclusión, es innegable que el transporte avanza hacia el vehículo sin conductor. Probablemente, ese objetivo contará con dificultades de tipo técnico, regulatorio y ético que harán su implantación más lenta de lo previsto. Pese a todo, los beneficios esperados son múltiples e incluyen diversos aspectos como una reducción de la tasa de accidentes, un mayor nivel de sostenibilidad y accesibilidad, reducción de costes a través de modelos de compartición de vehículos, etc. Por ello, la expectativa es que el futuro próximo de la movilidad sea a través del vehículo autónomo.