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Covid-19: la transformación digital y la conciliación laboral-personal

22/09/2020

¿Se ha transformado para siempre el concepto de trabajo a raíz del Covid-19? Muchas industrias han tenido que adelantarse a su transformación digital, introduciendo el modelo de teletrabajo. En el post de hoy, el profesor colaborador de la escuela, Santi Román, nos cuenta su opinión al respecto:

Recuerdo el pasado mes de febrero visualizar un reportaje de una televisión australiana sobre lo que estaba pasando en la región de Wuhan con la expansión sin control de un virus. El documento era preocupante (y premonitorio). Mi primera reacción fue pensar que sería como la epidemia de SARS del 2002 que acabó siendo un evento local y no global. Sin duda subestimé cómo ha cambiado el mundo en dos décadas. 

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Vivimos en un mundo profundamente interconectado donde las fronteras son meros hechos administrativos. Hasta ahora hemos experimentado las ventajas de la globalización, pero empezamos a ser conscientes de los contras de un sistema tan interrelacionado como es el mundo actual. Hago esta introducción ya que los humanos somos muy malos haciendo predicciones, por lo que todo lo que pueda pensar hoy sobre cómo afectará esta pandemia a la aceleración de la digitalización de la sociedad y en cómo se estructura el trabajo está sujeto a revisión. Creo que para poder evaluar eventos transformadores hace falta mayor perspectiva temporal. Ahora mismo todo son sobrerreacciones en función del devenir de los acontecimientos.

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Empecemos por las evidencias: el coronavirus y su enfermedad denominada COVID-19 ha acelerado las tendencias de digitalización que ya estaban presentes en nuestra sociedad. El COVID ha hecho más por la transformación digital de las organizaciones que muchos CEO y CTO en años. En algunos negocios, como la alimentación o el retail, está siendo como un viaje al futuro; en 3 meses se ha avanzado una década. El retail se ha volcado en sus canales digitales para compensar el frenazo en seco de la actividad en sus puntos de venta físicos. Los supermercados están experimentando crecimientos exponenciales en sus e-commerce. La logística está muy presionada ante este incremento de demanda. Aumentan los pagos en sus modalidades digitales acelerando la desaparición del dinero físico. Hay otros sectores, como el turístico, en los que la digitalización poco puede hacer por ellos. Están hibernando en espera de tiempos mejores. Como en todo evento de calado, hay ganadores y perdedores, pero el COVID sobre todo ha puesto de relieve las debilidades de nuestro sistema. 

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Otra faceta de la vida que está cambiando en tiempos de pandemia es la forma de organizar el trabajo. Las empresas se han visto obligadas a abrazar el «teletrabajo» (me parece una acepción más certera hablar de «trabajo distribuido», pero para facilitar la comprensión de este texto utilizaré la primera) de sus empleados y colaboradores. Gracias a la tecnología muchas actividades no se han paralizado y han seguido funcionando. La necesidad de concentrar los medios de producción en una ubicación física ha dejado de ser vital para muchos negocios, salvo en el caso del sector industrial. 

La primera consecuencia es que ya no nos hemos de desplazar y podemos trabajar desde cualquier ubicación. Estos cambios, para muchos, son una oportunidad única para avanzar en la conciliación de la vida profesional y la vida personal. En el sector tecnológico el teletrabajo se da por descontado desde hace años. Miles de personas viajan por el mundo mientras trabajan para organizaciones sin oficinas. Son los denominados «nómadas digitales». Te los puedes encontrar en cualquier Starbucks o coworking alrededor del mundo. Estonia tiene una iniciativa para captar talento digital extranjero con unas condiciones muy atractivas. En Bali hay hubs donde trabajan miles de estos nómadas digitales. Hay organizaciones que han hecho del trabajo distribuido su forma organizativa. La mal llamada «nueva normalidad» opera en el sector tecnológico desde hace varios años. Pero ahora, consecuencia del COVID, esta forma de organizar el trabajo da el salto al resto de sectores económicos, con la esperanza de que ayude a conciliar nuestras vidas profesionales y personales. Siento desinflar las esperanzas, pero no creo que este evento permita conseguir ese tan deseado equilibrio vital. 

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Los motivos son varios: principalmente está la tendencia a pensar que la tecnología es por sí sola transformadora, y no es cierto. Podemos decir que la tecnología es neutra, y somos las personas con los usos y aplicaciones las que le damos forma. Un buen ejemplo es la energía nuclear capaz de aniquilar el planeta en pocos minutos o de crear energía eficiente, barata y limpia. Las tecnologías para poder trabajar distribuidamente (videoconferencia, apps de mensajería, hardware portable, etc.) existen desde hace años, y salvo excepciones, seguíamos yendo a las oficinas a trabajar. De hecho, empresas pioneras en programas de teletrabajo como IBM y Yahoo dieron marcha atrás hace unos años eliminando esta opción. Los cambios profundos requieren un cambio cultural en las organizaciones y la sociedad. Y este cambio no se está produciendo. Una de las razones es la desconfianza crónica entre empresa y trabajador que ha instaurado culturas de control y autoridad en las organizaciones. Muchas empresas confunden horas presencia con horas trabajadas. Ahora mismo «teletrabajamos» porque no hay más remedio, pero está por ver cuánto teletrabajo nos queda cuando hayamos incorporado el COVID a nuestras vidas (como hemos hecho con otros virus como la gripe, la viruela, el sarampión, etc.). Mi vaticinio es que menos del que nos pensamos.

Por otro lado, tampoco tengo claro que teletrabajar sea la panacea de la conciliación familiar y laboral. Hay aspectos positivos como la posibilidad de disfrutar de mayor flexibilidad horaria que permita atender obligaciones familiares y personales que no son posibles cuando tienes un horario fijo en una ubicación determinada. También es un ahorro en tiempo y dinero al no tener que desplazarse (aunque para algunas personas esos momentos de coche y transporte públicos son momentos necesarios de desconexión), pero también hay contras: hay personas que necesitan socializar, y el entorno laboral es propicio para ellos. Otras necesitan disociar el tiempo y espacio de trabajo del tiempo y espacio personal. Con el teletrabajo los límites entre vida personal y profesional se difuminan. Algunas personas prefieren que el sistema tome decisiones por ellos. Aunque puede parecer sorprendente, hay personas que les cuesta tomar las decisiones más intrascendentes. El mundo es complejo y hay más grises que blancos o negros.

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El tiempo es la única variable que no podemos modificar. A pesar de ser relativo, nuestra percepción es que es inmutable. La tecnología nos ha traído aumentos de productividad, ha empequeñecido el mundo, y ha aumentado la competencia entre otras muchas consecuencias. Al no poder alargar el tiempo, lo hemos ensanchado con la multitarea. Visualicémonos en el salón de casa una noche cualquiera, mientras miramos los feed de nuestras redes sociales, escuchamos un podcast y miramos alguna serie de algunas plataformas de streaming, todo a la vez. El no hacer nada está mal visto. Estar ocupado y ser productivo es el nuevo mantra. Hacer siempre más con menos. Los objetivos de las organizaciones no cambiarán: seguirán queriendo vender y ganar más. 

Creo que el ser humano no cambia, o al menos no tan rápido como quisieran algunos. Somos fruto de una evolución de millones de años y seguimos lejos de la perfección, por lo que no esperamos grandes cambios de este evento que desde una perspectiva histórica no es excepcional (no es la primera pandemia vírica), ni le otorgamos a la tecnología un efecto tan transformador si es un cambio cultural. Que avancemos en la conciliación laboral y familiar dependerá de si somos capaces de plantear un nuevo contrato social que nos permita encontrar ese equilibrio vital tan necesario. Un contrato social en el que se evalúe el trabajo en base a unos objetivos reales y conseguibles, sin importar cómo se organiza el trabajador para lograrlos. Sin duda, esta pandemia es un acelerante del teletrabajo, pero el contacto humano y la presencia física siguen siendo necesarios. Una muestra es el artículo titulado “Goodbye, Open Office. Hello, ‘Dynamic Workplace’” publicado hace unas semanas en el WSJ sobre la importancia para Facebook de la presencia física como catalizador de la colaboración y la creatividad en su organización. Para Facebook las oficinas forman parte de su cultura. 

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Podemos esperar que la mayoría de las organizaciones desarrollen planes de teletrabajo. Dejaremos de hacer viajes de negocios que no sean imprescindibles. Muchas reuniones se pueden solucionar con una videoconferencia. Pero de ahí a que el «teletrabajo» sea el santo grial de la conciliación laboral, va un trecho. El futuro será un híbrido, una combinación de presencia y remoto. Disfrutaremos de más flexibilidad, sobre todo a corto plazo. Pero la pandemia pasará y la olvidaremos, como solemos olvidar tantos otros eventos históricos. Tengo curiosidad por ver qué pasará cuando una de estas nuevas «organizaciones teletrabajadoras» no cumpla con sus objetivos financieros: el teletrabajo es un buen sospechoso habitual. 

 



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